sábado, 24 de noviembre de 2012

Sobre hámsters, peces y tortugas voladoras.

¿Quién no ha tenido alguna vez una mascota? De esas que nos hacen exclamar '¡oooooh!' cada vez que las vemos moverse, de esas adorables y preciosas que derriten hasta el más frío corazón.
Belén y yo tuvimos las nuestras. Eran bonitas y las compramos porque nos creímos lo suficiente maduras y responsables como para cuidar de ellas y mantenerlas vivas. O al menos fue así en mi caso. Y el hecho de que fueran monísimas puede que influya de alguna forma.
El caso es que todo al principio pinta precioso, compras el animal y el lugar donde va a vivir, su comidita, e incluso te paras a preguntarle al dependiente de la tienda cada cuánto debes limpiar la jaula/pecera, cuánto debe comer y, si tu bolsillo te lo permite, compras juguetitos idiotas para que sea una mascota feliz.
La tienes en casa y la miras todos los días. La observas y te ríes, le das de comer y la limpias. Las primeras veces genial. Luego te das cuenta de que es una tarea cansada, estar pendiente siempre de alguien que puede que ni siquiera sabe qué eres. Es más, llega un día en el que estás seguro de que no sabe qué eres, que para ese bicho sucio y cagón solo eres un montón de manchas que hacen todo el trabajo por él. Y qué cansada estás de limpiar caca. Y de ver como tu adorable mascotita se limita a moverse de un lado a otro de su nuevo espacio vital. Probablemente buscando una salida. ¿Se ha hartado de ti? ¿No le gustas? Pero si es incapaz de reconocer una hoja de lechuga de sus propias sustancias de deshecho.
Y entonces le abandonas. Ese animalito al que adorabas pasa a ser una carga, porque las cosas a las que se dedican no son interesantes y no puedes enseñarle trucos, porque a ver, ¿qué va a hacer un pez? Si tiene memoria... de pez. Se le olvidará. ¿Y una tortuga? Absolutamente nada. ¿Y un hámster? Lo metes en una bola de plástico y la haces girar. Pero al bichito no le gusta y huye de ti. Lástima. Maldita mascota inútil.
Así que dejas de prestarle la atención que merecen. Y un día, cuando menos te lo esperas, se van. Te acuerdas de que dejaste el balcón abierto y tu tortuga no aparece. ¿Habrá saltado? Es la única respuesta posible, porque en casa no está. Se cansaría de ser tortuga. Intentaría volar, pero no encontraría sus alas. Aunque nunca llegas a encontrar su cadáver, la prueba física de que ha muerto, así que siempre guardas la esperanza de que sobreviviera y saliera a ver mundo.
Otro día vas a la pecera y ¡paf! No la has limpiado. ¿Cuánto llevas sin limpiarla? Uno de tus dos pececitos de colores boquea para obtener oxígeno de algún sitio que no esté lleno de suciedad. El otro, digamos que ha pasado a una vida mejor. Flota boca abajo en la superficie de la pecera.
Y tu hámster... Se escapa. Huye de su jaula, resbala entre los barrotes que no estaban lo suficientemente juntos. Lo rescatas del escondrijo en el que ha decidido refugiarse, pero tu madre ya no lo quiere en casa. Así que te ves obligado a devolverlo.
Y en el otro caso, el hámster, después de una vida más o menos satifactoria, fallece, y lloras porque le querías y no soportas verle solito y sin vida en un rincón de su jaula.
En realidad lloras por todos, porque aunque no siempre les adoraras, formaban parte de tu día a día y te sientes vacío sin escucharles, sin verles. Alimentarles era parte de tu rutina. Te gustaba observarles en su día a día. Así que les echas de menos, sí. Pero se pasa pronto y te sobrepones. "Sólo era un animal."
Sin embargo, sabes que te engañas a ti mismo. Esos "simples animales" habían pasado a formar parte de tu vida, se habían convertido casi en tus amigos, de los mejores, porque te escuchaban sin quejarse y te miraban desde el interior de su jaula o pecera como diciendo, "te entiendo, eh, no pasa nada, todo irá bien."
Así que deseas que el pez que has lanzado al WC de pronto despierte y como todos los caminos llevan al mar, llegue sano y salvo. Esperas que tu hámster tenga una vida mejor con la familia a la que se lo das y el otro, Stuart, esperas que te siga escuchando desde arriba. Respecto a la tortuga voladora... Estás segura de que la película Manuelita cuenta su historia.

-Teresa- 

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