sábado, 24 de noviembre de 2012

Carpe Diem.

Llega un día en el que te despiertas y, sin más, sabes que el día no va bien. Miras por la ventana. Llueve mucho y tienes que ir en autobús a clase, el marco de la puerta de tu habitación parece divertirse a costa de tu dedo meñique, al que nunca le ha gustado ponerse zapatillas y prefiere ir descalzo, arriesgándose a éstos golpes. No tienes hambre y , tonta de ti, decides no meter nada en la mochila para el recreo, además tu pelo parece que hoy está rebelde y te odia y... ¡Eh, espera! ¿Pero qué hora es? ¿¡Ocho menos cuarto!? ¡Mierda! Vas a llegar tarde a clase, y tendrás que aguantar la bronca de la profesora, por si todo lo que ha pasado ésta mañana no fuera suficiente. Te recoges el pelo, que tras la ducha no has podido secarte bien, y te miras al espejo 'en fin, se podría ir peor'. Coges la maleta, le das un beso a tu madre y sales de casa, hacia el autobús. Se te ha olvidado el paraguas, por lo que tienes que ir dando saltitos para no meter los pies en los charcos y corriendo a la vez, una tarea peligrosa si tienes una mochila que pesa más que dos elefantes a la espalda. Esperas al semáforo pero es tarde, ves como cierra sus puertas y se va justo cuando se pone en verde. Todo va a pasarte hoy , al parecer. Te das cuenta de que podrías correr hacia la parada siguiente, que no queda lejos de donde estás y el autobús se ha parado por otro semáforo, por lo que echas a correr de nuevo, como una loca y logras llegar. Te metes en el autobús aún respirando rápido y buscas un sitio libre. Ahí hay uno, y antes de que nadie más te lo quite, te sientas. Respiras hondo y te colocas los pelos, que con la lluvia, la carrera y la humedad se te han movido. Te pones los cascos y subes el volumen de la canción Zombie, de The Pretty Reckless, que te gusta bastante. Sin embargo, un desagradable pitido hace su aparición. ¿Pero qué...? 'Batería demasiado baja. Apagando...' Y ya está. Otra cosa más para sumar a tu lista de cosas hoy.
Resoplas y guardas el reproductor de música en la maleta. Decides mirar por la ventanilla deseando que, para cuando hayas llegado a tu parada, haya dejado de llover. Echas un vistazo discretamente a la gente del autobús. Qué panorama. Sin los cascos te enteras de unas cosas de la vida de la gente... Parece que la mujer que acaba de subir al autobús tiene a una amiga aquí y le está contando que su vecina ayer se peleó con el marido. Normal que te enteres, se lo está contando a gritos desde la otra punta del autobús. Hay otra que le está contando a una amiga sus problemas. Y qué problemas....Así pasas las paradas hasta la tuya, por fin. Sigue lloviendo. Te abres paso como puedes hasta la puerta del autobús y corres de nuevo, con la chaqueta por encima de la cabeza, tapándote. 
Cuando llegas al colegio, casi puedes oír a tu profesora de Lengua en tu cabeza, diciéndote que está dando los Buenos Días y no puedes pasar aún, por lo que aceleras más el paso. Subes los tres pisos de escaleras y das otra carrerita. Entonces te paras en seco. La gente sigue en los pasillos y no hay profesor, a pesar de que ya es tarde. Parece ser que no ha venido hoy. Has corrido tanto para nada. Sueltas la maleta y te sientas. Tu amiga empieza a reírse de ti, y tú le das un soberano empujón. Empiezas a hablar con ella y pasas el día deseando que lleguen las tres para llegar a casa. Matemáticas. Ha corregido los exámenes y se te hace un nudo en la garganta. No te salió nada bien y cuando te da tu examen, lo confirmas. Pasas el resto del día suplicando que llegue una hora buena, pero no. Hoy no tienes la única asignatura que te gusta. Suena el timbre, por fin son las tres. Sales rápido para casa. Tras hacer deberes, que te han resultado difíciles y estudiar para el examen de dentro de poco, te tumbas en tu cama y te paras a pensar. No ha sido un buen día, está claro. Para días como estos seguro que piensas que mejor no salir de la cama pero piensa también que cada día es único, y posiblemente, hoy has aprendido algo aunque sea que no puedes salir de casa sin paraguas. Piensa que ayer ya ha pasado y no tienes la seguridad de saber si estarás aquí mañana. No vivas con prisas, con ganas de que lleguen las tres para salir, o de que pase rápido el tiempo, porque cuando ya haya pasado desearás que vuelva. Si vives así toda tu vida, no aprenderás nada, ni disfrutarás los momentos pequeños, los cuales son tan breves que si vives rápido ni los ves. Piénsalo. Si hoy fuera tu último día, ¿estarías orgulloso con lo que has hecho hoy?



                                                                                               -Belén-

Sobre hámsters, peces y tortugas voladoras.

¿Quién no ha tenido alguna vez una mascota? De esas que nos hacen exclamar '¡oooooh!' cada vez que las vemos moverse, de esas adorables y preciosas que derriten hasta el más frío corazón.
Belén y yo tuvimos las nuestras. Eran bonitas y las compramos porque nos creímos lo suficiente maduras y responsables como para cuidar de ellas y mantenerlas vivas. O al menos fue así en mi caso. Y el hecho de que fueran monísimas puede que influya de alguna forma.
El caso es que todo al principio pinta precioso, compras el animal y el lugar donde va a vivir, su comidita, e incluso te paras a preguntarle al dependiente de la tienda cada cuánto debes limpiar la jaula/pecera, cuánto debe comer y, si tu bolsillo te lo permite, compras juguetitos idiotas para que sea una mascota feliz.
La tienes en casa y la miras todos los días. La observas y te ríes, le das de comer y la limpias. Las primeras veces genial. Luego te das cuenta de que es una tarea cansada, estar pendiente siempre de alguien que puede que ni siquiera sabe qué eres. Es más, llega un día en el que estás seguro de que no sabe qué eres, que para ese bicho sucio y cagón solo eres un montón de manchas que hacen todo el trabajo por él. Y qué cansada estás de limpiar caca. Y de ver como tu adorable mascotita se limita a moverse de un lado a otro de su nuevo espacio vital. Probablemente buscando una salida. ¿Se ha hartado de ti? ¿No le gustas? Pero si es incapaz de reconocer una hoja de lechuga de sus propias sustancias de deshecho.
Y entonces le abandonas. Ese animalito al que adorabas pasa a ser una carga, porque las cosas a las que se dedican no son interesantes y no puedes enseñarle trucos, porque a ver, ¿qué va a hacer un pez? Si tiene memoria... de pez. Se le olvidará. ¿Y una tortuga? Absolutamente nada. ¿Y un hámster? Lo metes en una bola de plástico y la haces girar. Pero al bichito no le gusta y huye de ti. Lástima. Maldita mascota inútil.
Así que dejas de prestarle la atención que merecen. Y un día, cuando menos te lo esperas, se van. Te acuerdas de que dejaste el balcón abierto y tu tortuga no aparece. ¿Habrá saltado? Es la única respuesta posible, porque en casa no está. Se cansaría de ser tortuga. Intentaría volar, pero no encontraría sus alas. Aunque nunca llegas a encontrar su cadáver, la prueba física de que ha muerto, así que siempre guardas la esperanza de que sobreviviera y saliera a ver mundo.
Otro día vas a la pecera y ¡paf! No la has limpiado. ¿Cuánto llevas sin limpiarla? Uno de tus dos pececitos de colores boquea para obtener oxígeno de algún sitio que no esté lleno de suciedad. El otro, digamos que ha pasado a una vida mejor. Flota boca abajo en la superficie de la pecera.
Y tu hámster... Se escapa. Huye de su jaula, resbala entre los barrotes que no estaban lo suficientemente juntos. Lo rescatas del escondrijo en el que ha decidido refugiarse, pero tu madre ya no lo quiere en casa. Así que te ves obligado a devolverlo.
Y en el otro caso, el hámster, después de una vida más o menos satifactoria, fallece, y lloras porque le querías y no soportas verle solito y sin vida en un rincón de su jaula.
En realidad lloras por todos, porque aunque no siempre les adoraras, formaban parte de tu día a día y te sientes vacío sin escucharles, sin verles. Alimentarles era parte de tu rutina. Te gustaba observarles en su día a día. Así que les echas de menos, sí. Pero se pasa pronto y te sobrepones. "Sólo era un animal."
Sin embargo, sabes que te engañas a ti mismo. Esos "simples animales" habían pasado a formar parte de tu vida, se habían convertido casi en tus amigos, de los mejores, porque te escuchaban sin quejarse y te miraban desde el interior de su jaula o pecera como diciendo, "te entiendo, eh, no pasa nada, todo irá bien."
Así que deseas que el pez que has lanzado al WC de pronto despierte y como todos los caminos llevan al mar, llegue sano y salvo. Esperas que tu hámster tenga una vida mejor con la familia a la que se lo das y el otro, Stuart, esperas que te siga escuchando desde arriba. Respecto a la tortuga voladora... Estás segura de que la película Manuelita cuenta su historia.

-Teresa- 

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Sobre promesas, sueños y futuro.

 Párate a pensar por un momento en el futuro. No me refiero a mañana o a este fin de semana, ni siquiera a este verano. Me refiero al futuro dentro de años, cuando ya no estés estudiando en un horrible instituto, cuando estés en esa carrera que tanto adoras y que tanto has luchado por alcanzar.
Imagina que tienes tu propio y bonito piso compartido. No es demasiado grande, pero el alquiler es barato y ya te has acostumbrado a estar allí. Todo está perfectamente desordenado, como a ti te gusta. Un calendario pende de una chincheta roja en la pared de la cocina. Los días importantes están marcados con rotuladores de colores. Los platos comienzan a amontontarse en el fregadero. Coges tu taza y tu plato de las tostadas y los enjuagas para meterlos en el lavavajillas. No vas a detenerte a recoger lo de las demás porque ha sido un día intenso en la universidad. Abres la nevera y coges un taper con sobras de algún otro día. Arroz. Te encoges de hombros y tras calentarlo, te sientas en el sofá y comienzas a comer. Respiras hondo. Sí, huele a libertad, a independencia, a madurez. Luego coges el mando y enciendes la tele. Pones tu canal de dibujitos preferido y te ríes como un enano. Puede que entonces deje de oler a madurez. Puede ser también que eches de menos a tus padres y que el olor del arroz que tu madre te dio hace unos días y que ahora estás saboreando te haga pensar más de la cuenta en ellos.
Pero a penas tienes tiempo para la nostalgia. Recoges lo poco que has ensuciado y te enfrascas en un conflicto con tus deberes. Pensabas que esto se acabría a la vez que el instituto, pero no es así. De todas formas acabas deprisa. Te vistes y te arreglas un poco. Es hora de salir, has quedado. Dejas un post-it en la puerta de tu habitación, avisando a tus compañeros de que llegarás por la noche y de que dejen encendida la luz de la mesilla para evitar que te mates cuando entres en tu cuarto. Tu perfecto desorden puede convertirse en un gran caos cuando no hay luz.
Llevas dinero y la tarjeta del bus. Te montas en él tras esperar un tiempo que se te ha hecho interminable. Y después de un viaje movidito y en el que has ido de pie, llegas a tu destino. Sonríes al verla. Está allí y casi no ha cambiado. Corres a abrazar a tu amiga del instituto, que sonríe a su vez al verte. Cuánto la has echado de menos. Pero ahí estáis, juntas de nuevo, como prometisteis. Os ponéis al día y os contáis cómo lleváis la universidad, los estudios y trabajos. Os quejáis de todo en general y sobre todo os reís. Y entonces, cuando ya estáis acabando vuestra cena, ella abre su bolso y anuncia "ya los tengo". Tu sonrisa se ensancha al ver los dos billetes de avión que ella te muestra. Coges el tuyo, el que le pagaste en cuanto la paga de tu trabajo en la cafetería se acumuló hasta alcanzar la cantidad adecuada. Lo lees, sin dejar que tu sonrisa desaparezca. "Destino: Italia." Abrazas a tu amiga pasando por encima de la mesa y casi derribando un vaso. Estalláis en carcajadas y en grititos de emoción contenida. "¡Por fin!", exclamáis casi al unísono. Era otra de vuestras promesas. Uno de vuestros sueños, que prometisteis cumplir juntas. Ponéis vuestros billetes a buen recaudo y seguís hablando, dejando que la conversación se desvíe a temas como las maletas, los sitios que visitaréis y las cosas que haréis.
Y esa noche, cuando cada una regrese a su casa, tendréis la certeza de que el tiempo ha pasado, como era de esperar, pero vosotras seguís siendo las mismas. Las mismas que una vez en el interior del almacén donde se guardan los materiales de educación física se prometieron que viajarian juntas por Italia. Las mismas que pintaban sus muñecas con un número que ahora ambas lleváis tatuado. Las mismas que cuando dijeron "para siempre", lo decían de verdad.


-Teresa-


domingo, 11 de noviembre de 2012

Adiós no, mejor hasta luego.

Pero, como la vida es así, cada una de nosotras ha tomado caminos diferentes. Ella está haciendo Bachillerato en otro colegio y yo continúo en el de siempre.
El día que me enteré de que se tendría que ir, creí que me moría de la pena. Me acordaré toda mi vida de cómo nos despedimos. Yo llorando y ella diciendo: 'Venga Bely, que esto no es un adiós sino un hasta luego' Y llevaba razón. Adiós es una palabra fea. El final de algo. Y 4056 no tiene final. Es como el símbolo infinito de las modernas, o el continuará de los libros. Con nuestro 4056 siempre te queda la sensación de que vas a poder contar con ella aunque esté en la otra parte de mundo. Que si la necesitas, una llamada de teléfono o una quedada es suficiente. Y sé que cuando tengamos ochenta años y estemos más arrugadas que las pasas nos seguiremos viendo y recordaremos nuestros momentos.
¿Sabéis? Tenemos una canción. Se llama Fearless. Ella me enseñó sus grupos favoritos y me hizo quererlos al escucharla cantar a diario. En vez de unos 'buenos días' ella venía cantando por la puerta del colegio. Y ahora echo de menos éso. Y cotillear en los intercambios. Y representar canciones con dibujos, algo muy propio en un intercambio cuando te aburres. Y todo lo que hemos hecho juntas. 
Sinceramente, ella es una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida y no se lo digo lo suficiente.
Pero sé que esto es bueno para ambas. El poder continuar, sabiendo que estamos ahí para la otra, a pesar de no vernos tanto como antes. Ella será una famosa actriz algún día y yo, posiblemente, una profesora en algún instituto. 
Vais a conocerla cuando salga en anuncios, os lo prometo. Y cuando la vea, diré '¿La ves? Ésa es mi mejor amiga. La que nunca me ha fallado'



Te quiero.


                           

                                                                                                                -Belén-

4056

4056. A vosotros os parecerán sólo números. Cuatro números que no os dicen nada. Pero para nosotras, esos cuatro números dicen muchísimo.
No son sólo números. Es una promesa. Una promesa de permanencia, de estar la una para la otra cuando sea necesario. No es tanto un 'para siempre', es más bien un 'hoy por ti, mañana por mí, y así todo el tiempo que dure nuestra vida.' 
Pero empecemos desde el principio. 
Nos sentábamos muy cerca en clase. Ella delante de mí. Nos reíamos y hacíamos idioteces, provocando que los profesores nos mandaran a callar y amenazaran con separarnos. Pero a mí no iban a separarme de ella. No habíamos pasado ni dos meses juntas y ya sentía que me faltaba algo si no venía a clase. Y entonces, un día ya acabando Octubre, Belén cogió su calculadora. "Mira, vamos a sumar nuestros cumpleaños. 28+9+1996+20+7+1996. Da... 4056." Y ese fue el inicio.
Así que 4056 son también risas. Son charlas, a veces telefónicas, a veces por WhatsApp o Tuenti chat. Son abrazos, sonrisas, te quieros y consejos. Son pañuelos en los que secarse las lágrimas antes de seguir adelante. Es el lugar donde apoyarse para tomar impulso una vez que has caído. Son canciones, libros y películas, trabajos y deberes. Son también peleas y reconciliaciones. Es la manera de saber que nunca nos va a faltar alguien a quien recurrir. Somos nostras, juntas, para siempre.
Podéis pensar que somos demasiado pequeñas e inconscientes. Que pasado mañana estaremos gritándonos y deseando no habernos conocido. Que todas las promesas que hemos hecho van a desvanecerse, igual que los mensajes que escribimos con el vaho de los cristales.
Pero si pensáis así, queridos amigos, es porque no habéis entendido nada.
Y es que 4056 es algo que queda fuera del alcance de cualquiera que no seamos nosotras. 
Te quiero.



-Teresa-